Reflexión sobre el liderazgo

Es importante hoy comprender que la gestión de las organizaciones exitosas ha cambiado. El mundo corporativo esta pasando desde un paradigma mecanicista newtoniano, cuya especialización en cada uno de los procesos era una máxima irrefutable y en donde cada trabajador se preocupaba de su “metro cuadrado”, a una manera de conceptualizar la organización de manera orgánica,
sistémica; siendo cada una de las partes fundamental para la consecución de los resultados.
Este nuevo entender de las organizaciones nos debe llevar también a sopesar de que contamos con “colaboradores” con una mayor formación académica, ávidos por crecer profesionalmente. Pero, ¿será un arma de doble filo? Esto se explica dado el vertiginoso mundo en el que nos desarrollamos, ya que son cada vez más las alternativas de desarrollo personal con las que cuentan los nuevos trabajadores, asalariados y no asalariados, y la falta de identidad para con los proyectos de los cuales son parte, que decanta en esta dicotomía.
Lamentablemente, a muchos (por no decir la gran mayoría) de los trabajadores les toca o ha tocado ser parte de organizaciones cuyos “líderes”, la mayor parte del tiempo, se esfuerzan por adormecer la proactividad y fomentar espacios de confort poco productivos, propiciando apagones intelectuales, especialmente en nuestros talentos. Esto provoca, a su vez, la ralentización de los procesos, además de poca o mínima eficacia en la búsqueda de los objetivos proyectados.
Es aquí en donde la clásica frase “muchos jefes y pocos líderes” toma sentido, pues se hace latente en una sociedad en donde el propio sistema educacional forma a personas con poco sentido crítico y analítico, con tal de encajar en industrias que sólo piensan en el ratio que les permitirá demostrar cifras azules en el corto plazo a sus accionistas. Este es un tema sociológico, principalmente, y mientras no se le otorgue a esta problemática una mirada desde este saber, muy difícilmente los procesos económicos encontrarán su cause dentro de la organización. Esto porque nuestra sociedad (chilena, latinoamericana, etc.) requiere de un despertar intelectual, cognoscitivo, que incite reales procesos de innovación y que cimienten el camino a un desarrollo social y cultural, más que sólo uno que busque un Producto Interno Bruto elevado.
Un factor clave para lograr lo comentado es el desarrollo de los actos del habla. Aprender a debatir y argumentar desde el colegio, por ejemplo, fomentando espacios de intercambios de ideas y opiniones dentro de las organizaciones, con tal de sacar las anteojeras de los colaboradores internos para que puedan ver el mundo de manera panorámica. También, aprender a expresarnos y hablar, a dar órdenes, tomar decisiones, pero sabiendo escuchar, respetando a su vez al ser y el medio que me permitirá escalar el próximo peldaño.
La coyuntura actual que vive nuestro país, en donde las noticias de malas prácticas sindicales, colusiones, robos “de cuello y corbata”, corrupción de los organismos del Estado, por nombrar sólo algunas, nos atiborran día a día. Esto nos debe hacer replantearnos en conjunto qué sociedad realmente es la que queremos construir de cara al futuro. Somos una sociedad en extremo individualista y poco comprometida con los problemas del resto, y eso lo extrapolamos hacia nuestro lugar de trabajo. Nos cuesta involucrarnos con los objetivos de la misión más allá de lo que nos incumbe o nos ordenan hacer, y tampoco tenemos la suficiente madurez emocional para exponer nuestros propios límites. Nos cuesta entender que el éxito de mi colega es también mi propio éxito. Los sistemas de mando y control imploran un comportamiento colaborativo, pero ¿qué es ser realmente colaborativo? ¿Lo entendemos o sólo lo repetimos cuando queremos parecer interesantes o instruidos? ¿Estamos dispuestos a aportar con nuestro trabajo para lograr los indicadores de otro? Más aún, ¿Estamos dispuesto a entregar nuestro esfuerzo y sacrificio para que nuestro jefe logre los ratios financieros con los cuales a él se le evalúa?
Esta falta de compromiso - que ocurre más de lo que creemos - es consecuencia, en gran medida, a nuestra incapacidad para comunicarnos de manera efectiva. Y esta falta de espacios para lograr comunicarnos es el fracaso en la construcción de confianza por parte de quienes encabezan las organizaciones en las cuales estamos insertos. Lo anterior, también en terreno fértil para que los talentos estén más preocupados por emigrar que por proyectar una carrera dentro de la empresa, a la vez que incentiva el lastre que forman aquellos que sólo buscan una remuneración a fin de mes, sin ningún otro objetivo concreto en sus vidas más que existir.
Esta falta de coherencia, entre lo que busca la organización y lo que realmente obtiene de sus colaboradores está directamente relacionado también con la carencia de pragmatismo para internacionalizar los valores más profundos que mueven la columna vertebral de la organización. Podemos repetir una y mil veces la misión de la empresa y sus objetivos, pero si no somos capaces de que esos postulados o declaraciones de fe realmente lleguen al corazón de cada uno de los integrantes y se transformen en el leitmotiv de su actuar, difícilmente se sentirán comprometidos con su trabajo y comprenderán la importancia de su aporte. Tampoco es característica de quienes se forman en las escuelas de negocio o en las “escuelas de líderes”, la actitud para enmendar el camino de quienes se alejan del proyecto, guiarlos y potenciar sus habilidades, o bien, dejar partir a quienes realmente no sienten un compromiso con los objetivos planteados, situación que es habitual en los servicios públicos, por ejemplo.
Los “líderes”, o quienes se autodenominan así por el sólo hecho de ostentar un cargo superior en las organizaciones, no se detienen a escuchar lo que pasa en su entorno inmediato, a negociar con su gente de manera de obtener un escenario ganar-ganar, sino que caen en la tentación de la instrucción sin mayor dialogo de por medio, porque no les enseñaron a debatir ideas, mucho menos filosofía. Difícilmente encontraremos al súper hombre de Nietzche en alguna de nuestras organizaciones.
Las universidades evacuan tecnócratas autoglorificados, en vez de formar personas con valores e ideales firmes, lo cual se trasunta a la manera en que la praxis nacional construye culturas organizacionales “altamente poco eficientes”. Tanto quienes dirigen como los que son dirigidos no tienen una disposición positiva a hacerse responsables de sus actos, tendiendo a endosar la culpabilidad de una mala decisión, un desacierto o, incluso, la desidia, en un tercero, con lo cual expían su falta.

 Sin más, esta reflexión no pretende, en modo alguno, socavar la moral de quienes construyen la cultura organizacional. Sino más bien exponer que es posible entender que si queremos co-construir espacios de aprendizaje laboral, en donde colaboremos por fines plausibles, conocidos y donde estemos 100% involucrados en ellos, debido a la congruencia con nuestros propios valores, desafíos, esperanzas y, quizá incluso, desesperanzas. Debemos realizar una introspección y definir qué tipo de organización queremos y si contamos con líderes de verdad que puedan maximizar el rendimiento de las personas, sin altos costos emocionales que hoy requieren, con tal de provocar cambios estructurales en todo el “sistema”, no sólo organizacional de un determinado “organismo”, sino que de la economía pura. 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Desigualdad en Chile

El ministro zorrón